DESDE FRAY BENTOS AL VATICANO, LA URUGUAYA QUE MARCÓ LA VIDA DEL PAPA FRANCISCO

Nació en Fray Bentos, creció en Paraguay, militó en Buenos Aires y su legado llegó hasta el Vaticano. La historia de Esther Ballestrino de Careaga, bioquímica, feminista y activista por los derechos humanos, es una de las más potentes del siglo XX en el Cono Sur. Y su influencia fue tan profunda que el propio papa Francisco reconoció que ella fue clave en su formación política y humana.

Ballestrino fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo y mentora intelectual del entonces joven Jorge Bergoglio. Lo conoció cuando él tenía apenas 16 años, haciendo prácticas en un laboratorio de Buenos Aires, donde ella era supervisora. Años más tarde, el pontífice recordaría: “Me hacía leer, me enseñaba a pensar. A pesar de que yo era cura, seguimos siendo amigos. Le debo mucho a esa mujer”.

El origen: Fray Bentos, tierra de lucha y trabajo

Esther nació en 1918 en la ciudad de Fray Bentos, Río Negro, hija de padre uruguayo y madre paraguaya. Aunque su infancia transcurrió luego en Encarnación (Paraguay), su vínculo con Uruguay fue siempre parte de su identidad, como puente entre dos naciones marcadas por los exilios, las dictaduras y la resistencia.

Fray Bentos —ciudad portuaria con fuerte tradición obrera e industrial— fue cuna de una mujer que creció con conciencia del trabajo y del esfuerzo. Esa raíz, quizás silenciosa pero firme, sería el cimiento de su compromiso con la justicia y la verdad.

Militancia, exilio y desaparición

Formada como bioquímica en Paraguay, Ballestrino militó desde joven en el Partido Revolucionario Febrerista, lo que le costó persecución por parte de la dictadura paraguaya. Se refugió en Argentina en 1947, donde formó su familia y continuó su militancia, esta vez desde el activismo por los derechos humanos.

Durante la dictadura argentina, dos de sus yernos y su hija Ana María Careaga —de solo 16 años y embarazada— fueron secuestrados por fuerzas represivas. Ana María logró sobrevivir, pero la experiencia marcó a la familia para siempre. Fue entonces cuando Esther se unió a las primeras rondas en la Plaza de Mayo, con el pañuelo blanco como símbolo de resistencia.

Su lucha la llevó también al exilio en Brasil y Suecia, pero decidió regresar a Argentina para seguir buscando a los desaparecidos. En diciembre de 1977 fue secuestrada y luego asesinada en un “vuelo de la muerte”.

Un legado que llega hasta Roma

Décadas después, sus restos fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Mientras tanto, su memoria seguía viva en la voz del papa Francisco, quien nunca dejó de recordarla como una figura clave en su juventud.

Fuente: laarena.com.ar

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