En la tardecita de ayer, 13 de junio de 2024, un paisito al sur del sur, perdió un pedazo del
alma: murió José Luis Guerra.
Sí, se nos fue el “Pepe”Guerra, oriental como pocos, nacido hace 80 otoños a orillas del
misterioso Olimar, entre calles de tosca, techos de chapa, esquinas cantoras, quiniela con
papel carbónico y bares de caña con pitanga, Gardel, Obdulio y José Gervasio.
Allí, ya desde mozo, guitarra al hombro, recorría el paisaje, regando versos, sembrando
sin saberlo la esencia de nuestra cultura popular, la que hoy lo extraña, le llora, lo aclama.
Mundialmente conocido por integrar «Los Olimareños» junto a Braulio López, pero con una
personalidad única e inigualable, el “Pepe” nos dejó un legado de identidad.
Pues sus coplas pintaron estampas de pueblo, barrio, bohemia y hogar, pero también
reflejaron la realidad social y política de tiempos oscuros, construyendo faros de esperanza
para un pueblo censurado. Su voz, su presencia, su compromiso con la verdad y la justicia,
resonaban en cada perseguido, silenciado, despedido, desterrado, en cada buen oriental.
Y si bien, en cierto momento, el exilio fue su salvación, también fue condena. Pero aún
lejos de su tierra natal, siguió componiendo y cantando, llevando su mensaje de resistencia y
denuncia a cada escenario del mundo, que aplaudió de pie a ese dúo de hijos pródigos, tan
odiados por los generales, como admirados por quienes en vez de cumplir la orden de destruir
sus cintas clandestinas incautadas, se las quedaban para uso y goce personal.
Porque José Luis Guerra fue más que un cantor, fue un juglar tan urbano como rural, un
filósofo de estaño y academia, un pregonero de la resistencia, un fogonazo en la oscuridad.
En cada tablado, boliche, rincón o isla patrulla donde resonaba su voz, se sembraba la
semilla de la esperanza, que germinaba en los hombres de mameluco, esos que sí conocían
a Juan y al pobre Joaquín tanto como a Don Telmo Batalla o Simón Bolívar, pero también
junaban a los grandes caballeros enemigos de Don José, que, sentados sobre los muertos,
presenciaban el gran remate de la patria, bajo el cielo del 69, con el arriba nervioso…
El dinero no compró su dignidad, ni el campo grande acalló su voz sencillita pero rebelde,
de angelito negro desengañado del sistema, rumbo a Yacumenza, donde Florentino y el diablo
se baten en ese duelo eterno entre entre la luz y las tinieblas. Soledad sí, resignación no.
Consigna en cada chamarra, candombe o milonga del fusilado, que saluda al altivo gavilán
que hoy se enfila de retorno a la tierra, la sierra, el río, donde arde el fuego nuestro, en paz.
Gracias “Pepe” por ser la voz de los que no tenían voz, por ser testigo fiel de una época
de lucha y resistencia.
“Adiós sierras, montes, ríos y llanuras”, me repite tu voz aguardentosa. “Adiós Pepe», te
decimos nosotros, sabiendo que seguramente ya estarás por ahí junto a Alfredo, Pablo,
Manuel, Julio, Daniel, Mario, Eduardo y tantas otras almas del firmamento celeste.
Adiós “Pepe”, y perdón si me humedece la mirada, pero es que se me ha incrustado una
sombra de guitarra justo aquí entre boina y pupila, entonces por eso, sólo por eso, es que
marchando silbando bajito aquello que decía “Ay, paisito, mi corazón ‘ta llorando”.